Las declaraciones del canciller Nicolás Maduro en el ámbito del
cierre de la 42° Asamblea General de la Organización de Estados
Americanos (OEA) realizada en Cochabamba, Bolivia, son una clara
manifestación del ejercicio de la soberanía: el encargado de la
diplomacia venezolana anuncia la decisión del Gobierno Bolivariano de
abandonar el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR),
emitiendo un comunicado junto a Bolivia (el mismísimo anfitrión de la
42° Asamblea), -Ecuador y Nicaragua, y la decisión igualmente
soberana- de investigar acerca de la injerencia extralimitada del
Sistema Interamericano de Derechos Humanos y de estudiar la posibilidad
de su denuncia.
Los eventos que anuncian la
crónica de la muerte del TIAR se remontan ya a la ausencia de apoyo a
Buenos Aires en medio del conflicto bélico entre el Reino Unido y
Argentina por la soberanía de las Islas Malvinas, en 1982. El TIAR, un
tratado que debería haber defendido los intereses de sus firmatarios, le
da las espaldas a uno de sus miembros en un momento crucial. Razones no
faltan para declararlo como un tratado muerto e insepulto, como expresó
el canciller ecuatoriano Ricardo Patiño en el marco del cierre de la
42° Asamblea.
Asimismo, la decisión del
Gobierno Bolivariano de investigar detalladamente los eventos de
injerencia, de prácticas extralimitadas con respecto a las funciones que
el Sistema Interamericano de Derechos Humanos debería ejercer,
manifiesta la necesidad de Venezuela y de los Pueblos de América de
poner en duda el sistema actual.
Dicho Sistema
Interamericano -que deriva de la Convención Americana sobre Derechos
Humanos del 1969, mejor conocida como Pacto de San José, y que actúa
bajos dos organismos: la Comisión Interamericana de Derechos Humanos
(CIDH), con sede en Washington, y la Corte Interamericana de Derechos
Humanos, con sede en San José- es el brazo de la OEA encargado de
proteger los derechos y libertades y de promover el desarrollo
progresivo de los derechos económicos, sociales y culturales en el
continente americano. Sin embargo, con respecto a Venezuela, la CIDH a
sobrepasado históricamente dichas funciones. Bastan sólo dos hitos que
resaltó el mismo canciller Maduro en su intervención: a) el
reconocimiento del golpe de Estado de 2002, en la persona de su
Secretario Ejecutivo; y b) el no actuar según los parámetros
establecidos durante el secuestro del presidente Chávez en los días del
golpe. Nos preguntamos, entonces, conociendo de antemano la respuesta:
¿Son necesarios otros eventos de este tipo para perder la confianza en
la CIDH? El hecho de que la sede de la CIDH esté en Washington no es una
simple coincidencia, como tampoco es mera ilusión la injerencia de
Estados Unidos a Venezuela a través de este órgano.
Cuando
un organismo internacional deja sus funciones de lado e interfiere en
asuntos internos, nos encontramos frente a un aparato burocrático
completamente deslegitimizado que sirve sólo como medio para atacar la
soberanía de un Estado soberano: el organismo regulador se ha
transformado en un organismo por el cual se aplica una nueva
colonización, esta vez ideológica. De la misma manera, su condición de
pacto firmado no lo coloca autoritariamente por encima de sus
contrayentes, pues sin éstos últimos el pacto simplemente no existiría.
En
este sentido, la CIDH no puede ser considerada como un super-Estado que
rige los destinos de otros sub-Estados. No existen ni super ni sub en
un ámbito político internacional de cooperación; existen solo Estados
pares que contraen pactos. Si dichos pactos no son respetados y, más
aún, si el órgano creado en dicho pacto ataca insensatamente a los
Estados miembros, no es de extrañarse que uno de ellos salga en defensa
de su soberanía.
Es en nombre de su soberanía
que Venezuela puede legítimamente investigar, criticar y denunciar el
incumplimiento del Pacto de San José, tal y como lo expresa su artículo
76. De la misma manera, la justicia social que buscamos cotidianamente
nos lo exige. Es, éste, un compromiso que no podemos obviar para con la
historia de nuestra República independiente.
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